#ECUADOR ●| PREOCUPA POSIBLE REBROTE DE CASOS DE CORONAVIRUS EN ECUADOR

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#ECUADOR ●| PREOCUPA POSIBLE REBROTE DE CASOS DE CORONAVIRUS EN ECUADOR

#ECUADOR ●| PREOCUPA POSIBLE REBROTE DE CASOS DE CORONAVIRUS EN ECUADOR

Con el mejor sistema hospitalario del país y la preparación de más de cinco meses para enfrentar el covid-19, en Quito murieron más de 100 personas con síntomas del virus que no recibieron atención médica. Al menos 12 cuerpos fueron levantados de las calles de la ciudad, según el reporte de la Empresa Metropolitana de Gestión de Residuos Sólidos (Emergis), que se encarga de esta tarea en conjunto con la Policía. Los otros cadáveres se recogieron en domicilios y asilos de ancianos.

Es una cifra que no entra a las estadísticas oficiales porque en estos casos no se aplica una prueba de detección del virus. El hecho no genera preocupación en el Gobierno, que insiste en tener todo controlado, y la ciudadanía se relaja aún más en las calles. Volvieron a ser comunes las aglomeraciones y ventas informales en sitios concurridos en el sur, como Chillogallo o Solanda, y norte: Comité del Pueblo o Calderón, donde los contagios se duplicaron y hasta triplicaron el último mes.

¿Por qué y cómo se desbordó la atención en Quito?
La primera semana de junio, cuando el Gobierno cambió el semáforo a amarillo, el ministro de Salud, Juan Carlos Zevallos, decía que atravesábamos el pico de la demanda de camas en los hospitales. Un mes después estamos peor.

No solo sigue saturado el sistema de salud público y privado, sino que se aumentó el número de camas y se habilitaron, sobre la marcha, casas de salud para atender enfermos de COVID-19, lo que significa que junio no era el pico.

El Hospital Militar, que en un inicio no estaba preparado, destinó dos pisos con más de 50 camas para estos pacientes y en poco más de un mes se saturó. “La sala de emergencias, donde debía estar una sola persona, tenemos que tratar a dos”, explica el director de este centro, Manolo Hernández.

En el Hospital del Iess Quito Sur, montaron carpas en los exteriores para la atención y pasaron de 14 a 52 unidades de cuidados intensivos, pero también se llenaron. Para la primera semana de julio había una lista de 50 enfermos críticos en las salas de espera aguardando que se desocupe un respirador.

Esto refleja que la curva sigue incrementándose vertiginosamente. “Y la solución no es aumentar camas”, dice Daniel Simancas, epidemiólogo y director de Investigación de la Universidad UTE. Explica que, según un modelo que hicieron en la UTE, el pico de la emergencia se viviría entre el 17 de junio y el 10 de julio, esto solo si nos manteníamos en semáforo rojo. Ahora que pasamos al amarillo, Simancas pronostica que la saturación de hospitales seguirá unas semanas más y puede agravarse.

La predicción no fue errónea. Aunque las cifras oficiales no reflejan el número real ya que el Estado no aplica test masivos, los datos del Registro Civil apuntaron a esa cifra de defunciones sobre el promedio normal, la mayoría en Guayaquil donde fue el epicentro de la pandemia.

Para julio, las “muertes atípicas” superan las 24 mil, ubicando a Ecuador como el país con la mayor tasa de muertes en exceso, según el diario inglés The Financial Times.

Ahora Orellana prepara otro informe, adaptando un estudio del Imperial Collegue que sugiere un rebrote mundial. “La segunda ola es inminente: las tendencias de apertura de la movilidad, el incremento de casos diarios, la ocupación de los hospitales y el número de fallecidos, nos dicen que eso pasará para fines de julio y primeras semanas de agosto en Ecuador”, afirma.

Prefiere no lanzar números hasta concluir el estudio, pero las cifras no mienten: en algunos lugares se han duplicado los contagios en el último mes. Quito pasó de casi cuatro mil infectados a inicios de junio, cuando se cambió el semáforo, a cerca de ocho mil un mes después. En provincias, en este mismo período: Santo Domingo de los Tsáchilas pasó de 1.100 a 2.400 casos; Esmeraldas de 1.000 a 2.200 confirmados; Cotopaxi de 460 a más de 1.200; Azuay de 930 a más de 2.000; Mo¬rona Santiago de 150 a más de 1.000.

Aunque con poblaciones menores, en cantones amazónicos como Palora o Aguarico también se duplicaron los confirmados. La situación se repite en lugares de la Sierra como Baños y Patate, que decidie¬ron volver al semáforo rojo, mientras el Gobierno central insiste en relajar las me¬didas para abrir la economía, aunque nos pase otra factura sanitaria. En esto coincide Simancas.

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Sin ánimo de ser fatalistas, dice que la segunda ola podría ser peor, porque la primera se produjo con la ciudadanía en cuarentena, mientras la segunda sería producto de la gente ya en las calles.

De acuerdo a los datos de georreferen¬ciación de Google, la movilidad en Ecuador cayó en un 74% cuando inició la cuarentena a mediados de marzo. Pero para finales de junio era apenas un 35 por ciento por debajo de lo normal, casi como un día sin clases o feriado.

Los sábados es cuando más crece la movilidad, dice Orellana, quien analiza estos datos, lo que indica que la gente se traslada por actividades no necesariamente laborales, sino por ir a comercios o lugares de diversión.

No todo está perdido
Parece que todo nos juega en contra. Hace más de un mes, el ministro Zevallos anunció que uno de cada tres quiteños infectados había desarrollado anticuerpos contra la enfermedad, es decir, que ya no se volvería a contagiar.

El Municipio de Guayaquil también decía que el 60% de sus habitantes se ha¬bía expuesto a la enfermedad y que habría alcanzado la “inmunidad de rebaño”. En ninguna de las dos ciudades se presentó el estudio para que la academia lo verifique.

Donde sí se publicó una investigación a inicios de julio fue en España. El resultado determina que solo el 5% de pacientes con COVID-19 desarrollaron anticuerpos, lo que sugiere que el mundo todavía está lejos de relajar las medidas de aislamiento y debe prepararse para la segunda ola. Más precaución debemos tener en Ecuador, ya que no contamos con una vigilancia epidemiológica activa.

“No hay cercos epidemiológicos, ni diagnóstico temprano, se hacen las pruebas solo a los pacientes que llegan al hospital o presentan síntomas. Es una vigilancia pasiva que permite que el virus siga esparciéndose”, explica la epidemióloga Andrea Gómez.


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