La leyenda del Volcán Sangay y el tesoro de Atahualpa

La leyenda del Volcán Sangay y el tesoro de Atahualpa

Se cuenta que un Dios creó al volcán Sangay en honor a su hija llamada Yunaici, que significa "estrella de la luz", porque ella tenía una inmensa pasión por los volcanes. 

Se dice que cuando la princesa está feliz el volcán hace erupción, cuando hace fumarolas es que está triste y cuando está enojada mueren personas a causa del volcán. 

El nombre "Sangay" proviene del idioma quichua nativo de la palabra Sankay que significa aterrorizar, espantar. Los investigadores han buscado entonces una razón para que los nativos le hayan puesto tal nombre al volcán y la encontraron...

El nombre Sankay podría tener cerca de 5.000 años de antigüedad, puesto que en tal época la montaña anterior del Sankay explotó en forma violenta enviando hacia la atmósfera miles de toneladas de rocas y cenizas, esta erupción no ha vuelto a repetirse, podemos entonces tener en claro que los nativos presenciaron aterrorizados tal demostración de fuerza y bautizaron al hoy pacífico volcán como Sankay o Samkay que significa espantar o aterrorizar.

Sus permanentes erupciones pueden ser vistas en el día como nubes de ceniza y por las noches como brazas incandescentes. 

Rescataré del olvido la leyenda que nos habla de la existencia de este tesoro que aún no ha sido encontrado, lo que no certifica por supuesto que no haya sido real y que simplemente fue tan bien escondido por los incas que así permanece en la actualidad.

Para comenzar quienes la relatan nos hablan de la costumbre inca de utilizar los “quipus” para todas sus transacciones matemáticas que necesitasen ser expresadas de alguna manera material portable. Esto se define así porque los quipus consistían en un trozo de cuerda que tenía colgando distintas extensiones de sogas pobladas de nudos que le hacía su propietario.

Cada nudo simbolizaba algo y sus usos eran múltiples y de resultados exactos.

Así como era usado para todo lo que conllevara números, el quipu también fue un canal donde se guardaban los registros de sucesos que no debían perderse. 

Se habla, de esta manera, que Atahualpa, su soberano preso de Pizarro (adivinando la proximidad de su ejecución, tal como luego sucedió) fabricó a escondidas un quipu de oro puro, con instrucciones estrictas a sus seguidores sobre el destino final de las riquezas que los incas escondían de los españoles.

Sigue relatando la leyenda que las instrucciones recibidas mediante ese quipu ordenaban a los seguidores de Atahualpa esconder la mayor cantidad de oro posible en las proximidades del volcán Sangay, volcán activo de más de 5.000 m. de altura, rodeado de una enmarañada selva que dificultaba aún más el acceso a quien quisiera apoderarse del tesoro una vez depositado en las profundidades de las cavernas de las laderas del volcán.

En esas escarpadas profundidades se encuentran durmiendo su sueño de siglos estatuas, joyas bellísimas y objetos religiosos de tallas delicadísimas, estando todo lo nombrado forjado en el más puro oro imaginable. 

Esta leyenda recorrió las edades de la Historia, y así fue como durante siglos miles de cazadores de tesoros intentaron explorar las peligrosas laderas del volcán Sangay tratando de apoderarse de los tesoros allí escondidos por sus dueños originales: los incas.

Existe al respecto un relato plasmado en el libro “Inca Gold”, de la autora Jane Dolinger. En él se cuenta la historia de uno de los innumerables exploradores que vagaban por las selvas aledañas al volcán, buscando indicios que les permitieran hallar el tesoro perdido. Ésta es la historia del arqueólogo suizo Dr. Kurt Von Ritter, quien se afincó en Quito alrededor de los años 60. Este explorador encontró un camino escondido que atravesaba las cumbres montañosas desde Cuzco, hasta llegar desde el sur al norte, por las cimas nevadas y atravesando densas selvas lluviosas hasta llegar a las laderas del volcán Sangay. 

Luego que realizó el trayecto estuvo en condiciones de teorizar que tal vez esa fue la ruta que siguieron los que acarrearon el tesoro, según las instrucciones del Inti Atahualpa, atrapado por los españoles para que revelara el escondite final del oro tan deseado.

En su recorrido fiel del camino secreto aparentemente transitado por los incas que portaban el tesoro, Von Ritter se desplazó por los planaltos peruanos a través de las selvas, ya que saliendo desde el Cuzco atravesó trece picos nevados, tal como trece eran los nudos del quipu de Atahualpa que nombró al comienzo del relato de esta leyenda. En su larga expedición abundaron los peligros, ya que le tocó pasar cerca de las tribus de los famosos guerreros Shuar a quienes los conocía como jíbaros o “cazadores de cabezas”.

Estas tribus, sumamente guerreras, se dedicaban a recolectar las cabezas de sus vencidos para convertirlas en trofeos de guerra. 

Lo que los hacía diferentes de otras tribus, era el método de conservación de los cráneos. Una vez muerto su contrincante le cortaban la cabeza, para a continuación sacar de su interior todos los huesos, de tal manera que la cabeza se convertía en una especie de bolsa, en cuyo interior colocaban determinadas hierbas hasta rellenarla y volver a darle a las facciones sus rasgos originales. Luego de esta fase se cocinaban las cabezas en un preparado especial durante mucho tiempo. Las cabezas sometidas a este tratamiento iban encogiéndose paulatinamente hasta llegar, a lo largo de un determinado tiempo, a tener el tamaño de una naranja sin haber perdido los rasgos originales de su cara. Luego se colgaban en las viviendas de su vencedor hasta que se secaban con el aire, adquiriendo entonces la rigidez de las momias en su piel;y sin posibilidades ya de descomponerse eran adornadas con plumas y cuentas de colores para ser colgadas de la cintura de su dueño o en su defecto para adornar su vivienda. Obviamente quien más cabezas tenía era considerado el guerrero más valiente y destacado, y como tal era reverenciado.

Esto da la idea del verdadero riesgo que corrió Von Ritter al atravesar el territorio de los jíbaros en su afán de encontrar el tesoro de los incas. Pero logró pasar indemne, según consta en registros de la época, y acabó por llegar las laderas del volcán Sangay. Allí empleó varias semanas en recorrer las inmediaciones sin resultados positivos. Las largas caminatas entre las marañas selváticas hicieron mella en su cuerpo, y se dirigió entonces a una pequeña aldea aborigen para curar sus heridas. Allí fue atendido por una joven indígena, quien curó de su cuerpo y se hizo su amiga.

Fue esta joven quien, enterada de los propósitos del explorador, le contó que cuando el volcán estaba inactivo ella solía recorrer sus laderas. Una vez en su caminar encontró una estatua de oro. Lógicamente el explorador le pidió recorrer el lugar del descubrimiento. Partieron juntos por estrechos y peligrosos caminos de cornisa, hasta llegar a una profunda caverna donde hicieron noche. Al día siguiente llegaron al lugar donde la joven hallara la estatua de oro. Allí Von Ritter encontró un cráneo trepanado a la usanza inca y con un disco de oro adherido al orificio.

Se encontraba explorando el lugar, buscando más elementos, cuando el volcán entró en erupción. La joven huyó aterrada y el arqueólogo explorador se encontró solo a merced de las furias de la naturaleza. Inmensas nubes de vapor hirviente lo cercaban, subiendo entre un gran estruendo hacia las nubes, en las alturas del cielo. Ríos de lava comenzaron a descender montaña abajo, y esto determinó que el arqueólogo corriera ladera abajo con el cráneo encontrado entre sus manos. Logró finalmente llegar a un claro en la selva, a salvo de la amenaza rugiente del volcán. Y luego de un tiempo encontró la manera de volver a la civilización.

¿Acaso termina así esta leyenda? De ninguna manera. Para aumentar el enigma la autora del libro señala que años después el explorador fue visto en Viena, llevando una vida de opulento magnate. Si realmente terminó encontrando una pequeña parte del tesoro que buscaba indudablemente nunca lo dijo, porque al parecer lo habría sacado ilegalmente de Ecuador.

¿Verdades escondidas tras una leyenda? Los datos sobre la zona, los caminos, las selvas y montañas que se describen existen realmente. El secreto camino por las cimas nevadas desde el Cuzco al Sangay, existe. Los jíbaros, también. Los quipus fueron el medio comunicacional inca y los caminos peligrosos al borde de los precipicios eran patrimonio indiscutible de los incas. Por lo tanto, lo único que queda a resolver es la duda que nadie nos resolverá…

¿Encontró Von Ritter el tesoro inca oculto en el volcán Sangay? Los misterios conservan su magia justamente, cuando siguen siéndolo. Los que buceamos en el pasado y nos sumergimos en leyendas olvidadas disfrutamos a pleno cuando llegamos al último velo y allí lo dejamos, para que la magia no se pierda.

Los saludo desde la luz de la palabra, esperando que ustedes también sepan disfrutar del relato de una leyenda basada en la vida real y en sucesos históricos, sin llegar a fijar en ella un final certero, para que la magia continúe. Esa es la verdadera esencia que mueve al ser humano para que emprenda nuevas y gloriosas experiencias, siempre en pos de un sueño esquivo que, a veces se convierte en realidad.

Texto: Libro de Von Ritter