Radiografía de una prisión y sus crímenes, según un exlíder carcelario

Radiografía de una prisión y sus crímenes, según un exlíder carcelario

Un exreo de los centros de privación de libertad de Latacunga y Turi describe el manejo de estas prisiones por parte de los presos con mayor poder y la corrupción que, según su experiencia, alcanza a policías y guías penitenciarios. También explica cómo se planifican en estos centros los crímenes que se comenten dentro y fuera de la cárcel.

“La cárcel es una escuela del crimen”. Lo dice un expresidiario, que estuvo en los centros de privación de libertad de Latacunga y de Turi y que alcanzó altos cargos de liderazgo en esos lugares. “Hay que decir lo que es: en la cárcel manda el preso”, sostiene esta fuente que habló con PlanV bajo la condición del anonimato. 

Relató las dinámicas del funcionamiento de estas dos prisiones de máxima seguridad en el país y que dan luces sobre la crisis carcelaria que la semana pasada que dejó 27 fallecidos, 19 de ellos solo en Latacunga.

Él estuvo en prisión por cinco años y fue parte de procesos de mediación en ese tiempo. Desde su experiencia, asegura que, en las cárceles del país, el mando no lo tiene ni la Policía, ni los guías penitenciarios ni los funcionarios. “Yo hice el papel de funcionario público. El preso mismo arma las carpetas, hace los informes”, afirma en referencia a los trámites para las prelibertades. 

Lo explica de esta manera: “En el pabellón hay una persona encargada, le dicen caporal, comandante, tío, jefe. Es la persona que lleva la droga, la banda y el armamento pesado. Él es quien decide”.

Para describir ese poder trae a la memoria el paso de alias Rasquiña o JL por las cárceles. Recuerda que cuando el exlíder de los Choneros -asesinado en diciembre pasado- estuvo en la cárcel de Turi hubo una huelga de hambre. Uno de los reclamos permanentes de los internos ha sido por la comida y han cuestionado su calidad. 

Rasquiña -quien pasó por todos los centros de máxima seguridad del país- manejaba esa cárcel, dice la fuente. Él dio esa orden a sus compañeros para que estén en huelga durante 15 días. Su objetivo era que las autoridades de la cárcel les permitiera ingresar comida de afuera del centro penitenciario. 

El coronel a cargo le dijo que no cumplirá su capricho. Entonces, dice este exinterno, pidió que le trajeran su celular. En su dispositivo estaban fotografías de la esposa e hijos del oficial. Ante la amenaza, el jefe policial autorizó el ingreso de la comida.

Los internos, asegura, se encargan de encerrar a sus propios compañeros. En Latacunga, empiezan a encerrar a los presos a las 18:00. “El preso principal va con los candados, atrás va el preso número dos poniendo aparentemente seguro y detrás hay un tercero que pregunta ‘¿cuántos hay aquí?’, ‘están cinco’, les responden. Terminan el conteo, van donde el guía y le dicen ‘hay tantos’”.

“No hay seguridad máxima”, sostiene la fuente y pone un ejemplo. “Prácticamente con una peinilla yo abría el cerrojo y volaba”. La misma Policía ha reconocido lo vulnerable que son las cárceles. De acuerdo a un informe de Inteligencia que PlanV publicó en marzo pasado, en cuatro cárceles del país existen al menos 82 vulnerabilidades. 

Los puntos débiles están en garitas, ingresos, terrazas, filtros de seguridad y hasta en cercos eléctricos. Las tecnologías están obsoletas o dañadas.

Lo mismo pasa con las comunicaciones. “Si usted entra a una celda, eso parece un cyber”, refiere la fuente para describir el amplio acceso que tienen los presos a la tecnología. “Tienen cinco, 10 teléfonos”. En la requisa que hiciera este sábado, después de los hechos violentos de la semana pasada, la Policía decomisó 51 celulares, 37 accesorios de celulares, 11 artefactos electrónicos, 7 laptops, 4 monitores, 3 teclados, 9 calculadoras, 6 reguladores, 21 parlantes, 6 micrófonos, 1 megáfono y hasta una TV de 42 pulgadas e implementos odontológicos. 

Pero no cualquiera puede tener un teléfono. Quienes deseen tener un teléfono en el interior de una cárcel deben pagar una cuota mensual de 50 dólares. De ese monto, 25 dólares será para el comandante y 25 para el jefe de guía. Si el preso no paga esta cuota, le quitan el celular.

Cuando las personas van de visita a una cárcel, se quedan sin señal porque existen inhibidores. Pero, ¿por qué hay señal dentro de una cárcel? Dice que ha hecho sus propias investigaciones para responder esta pregunta. Cree que los inhibidores están dirigidos hacia el exterior de los centros. 

Entonces, en el interior hay conectividad, pero solo con celulares de buena tecnología. Explica que un teléfono que normalmente vale 200 dólares en la cárcel llega a costar 1.000 dólares. 

“Los 800 que sobran se dividen 50/50 entre guía y policías. El teniente que está a cargo apaga la máquina detectora de metales” para el ingreso de estos dispositivos. Pero, según él, no es lo único que ingresa con la complicidad de los uniformados.

El de Latacunga es uno de los tres centros de privación de libertad de máxima seguridad en el país. Pero al igual que otras cárceles tiene muchas vulnerabilidades. 

El ingreso de droga en uniformes

Un kilo de cocaína puede llegar a valer 25.000 dólares dentro de la cárcel. Afirma que Isaías, un comandante que estuvo al frente de la cárcel de Latacunga y asesinado después de salir de prisión, solía hacer los pedidos de droga. “¿Quién cree usted que lo ingresaba? Alto mando (de la Policía). Estamos hablando de tenientes, capitanes, coroneles”. 

La fuente narra la siguiente escena que asegura haber sido testigo: “Estaba un capitán de la Policía. Isaías le dijo ‘entrégame’. Él (el oficial) se desabrochó la camisa, sacó el blindaje que tenía aquí (en el chaleco), se sacó el chaleco, se volteó y le dio (la droga)”. 

La fuente relata que así se dio cuenta sobre cómo se ingresaba droga a la cárcel. “Un kilo de droga en el comprimido (del blindaje) que va en la parte de adelante y en la parte de atrás va otro kilo comprimido”.

“La persona que entra el armamento puede ser en el carro del economato, en la comida. Pero todo entra por orden de la Policía”. Asegura que hasta un clip es detectado por el escáner, entonces no es posible el ingreso de estos objetos prohibidos sino hubiese complicidad de los uniformados y de los guías penitenciarios. PlanV solicitó una versión a la Policía sobre estas afirmaciones, pero hasta el cierre de esta edición no llegó la respuesta.

La fuente asegura que, de cada kilo de cocaína, se distribuyen alrededor de 1.600 dosis. Nadie puede vender droga sin permiso del alto mando de los presos en la cárcel. Cuando vivía JL, él daba los permisos y establecía las comisiones.

Asimismo, los mismos caporales o líderes de los pabellones saben por anticipado sobre las requisas, informados por los mismos directores de la cárcel. Asegura que las entregas de armas que se han hecho públicamente con la presencia de Policía no reflejan el verdadero arsenal que están dentro de la cárcel. “Hay metralletas, pistolas, granadas. Esto de machete y cuchillo son engaños”. 

Tras la masacre de febrero pasado, los internos de la cárcel de Turi entregaron voluntariamente cientos de cuchillos y armas artesanales, y pocas pistolas. De igual manera, tras los incidentes de la semana pasada, el pasado sábado 24 de julio, la Policía incautó 431 armas cortopunzantes y 100 armas a las que llamó “contundentes”, pero no hubo fotos de esas armas.

En la cárcel de Turi, los presos entregaron de forma voluntaria cientos de armas artesanales, después de la masacre del 23F. Pero para el exlíder carcelario, entrevistado por PlanV, estas entregas no revelan el real arsenal que existen en el interior de las prisiones.

De acuerdo al testimonio del expresidiario, la entrega voluntaria de armas “siempre ha sido un show”. Estos altos mandos son los que piden la entrega de armas menores y que incluso compran machetes y cuchillos, y una que otra pistola. “Las cárceles están forradas de metales y nosotros teníamos acceso al área laboral, donde hay taladros, sierras, implementos con los que se podía romper ese metal y hacer un arma blanca”, explica el expresidiario. “El preso siempre debe cuidarse la espalda”.

Los crímenes dentro y fuera de la cárcel

Para este exlíder carcelario, es muy difícil llegar a establecer el autor intelectual, por ejemplo, de un asesinato ordenado desde la prisión. “Esto es una pirámide, los cabecillas caen 1 de cada 100. Esto es como la Presidencia. Puede que el presidente no cometa o dé órdenes para cometer un delito. Pero los que dan la orden son las personas que lo rodean y así es la delincuencia”, afirma esa fuente.

En la cárcel, la norma es el silencio. Afirma que los cabecillas que han caído ha sido porque en algún momento faltaron a su palabra. “En la cárcel hay una frase que dice: ‘Los que se tuercen con la muerte la pagan’”. El preso -agrega- es sordo, ciego y mudo. Bajo ese código, incluso ni los victimarios saben quién paga por un crimen. “Solo dices ‘quiero la cabeza de esta persona. Entregan el dinero para los viáticos y gastos, por así decirlo. Y antes del cometimiento del delito dan el 60 por ciento y después del delito, el faltante. Y listo”, describe la fuente sobre cómo operan en el interior de las cárceles.

Para él, es difícil que exista rastros o registro de llamadas porque las líneas están registradas con otros nombres. Para evitar eso, dice, lo único que hace falta es dar mantenimiento a los inhibidores de señales celulares. “Por ejemplo, en las cárceles los que tienen son 50 de los cuales funcionan 10 o el resto están desconectados”.

Pero en caso de que las investigaciones lleguen a dar con un cabecilla, la estrategia es desviar la culpa a otra persona. “Pagan a una persona que le dicen ‘el come muerto’. Le dan a la familia unos 10.000 a 20.000 dólares y él se coge el pito (el problema). Y dice ‘sí, yo fui quien dio la orden. Esto pasa porque el Estado quiere un culpable. Y se lo dan o se lo entregan en bandeja de plata”.

El aumento del sicariato ha sido relacionado con la crisis carcelaria. Entre enero y junio pasado, la prensa nacional ha reportado decenas de víctimas de crímenes tipo sicariato. Aunque oficialmente las bases de la Policía reconocen a tres de estos crímenes como sicariato. “Hay una relación directa entre la crisis carcelaria y la violencia en el país”, afirma Diego Pontón, experto en temas de seguridad. 

Para él, es importante analizar las cifras de las muertes violentas y estas reflejan un incremento importante. En 2020 se produjeron 1.281 asesinatos y homicidios; mientras que en lo que va de 2021, ya suman 967 muertes. Es decir, solo en el primer semestre de este año, ya se ha superado el 75% de las muertes violentas registradas en 2020.

Para Pontón, las cárceles se han convertido en ‘máquinas trituradoras de culpas’. Se refiere a que si los presos dan las órdenes, al final ya están presos o funciona la estrategia de ‘el come muerto’. En Ecuador, las penas pueden llegar a acumularse hasta los 40 años. Entonces, para alguien que tiene una sanción por un delito grave se convierte en un buen negocio. 

Recuerda que la Policía ha denunciado que las órdenes de los crímenes, sobre todo, los de mayor connotación salen de las cárceles. “El negocio del sicariato del país está siendo mediatizado por las cárceles”. El peor mensaje que se da es que la mayoría de ellos quedan en la impunidad.

Pero lo mismo pasa con los crímenes cometidos en el interior de las prisiones. El exlíder carcelario afirma que vio cómo familiares de una menor asesinada supuestamente pagaron para que a su victimario le ocurriera lo mismo en la cárcel de Turi. Recuerda haber escuchado que la negociación quedó en 30.000 dólares. 

“¿Qué involucraban esos 30.000 dólares? 

El primer día amarrarlo, el segundo día mandarlo a violar, el tercer día masacrarlo, el cuarto día meterle corriente y el quinto día que amanezca ahorcado. Pero en las noticias sale: ‘el señor se suicidó por depresión’”.

Las personas que cumplen con aquellos encargos graban en video a las víctimas para exigir el pago pendiente. En la cárcel no circula dinero, sino que todo pago es a través de cuentas bancarias.

Afirma que desde estos centros se manejan delitos como narcotráfico, tráfico de armas, secuestros, lavado de dinero, etc. “Yo palpé como se organiza todo dentro hacia afuera”.

¿Cómo dejar de ser escuelas del crimen? Dice que la cárcel le dio tiempo para pensar cómo se puede solucionar la crisis carcelaria.  

El preso solo duerme, come, hace sus necesidades y escribe por su teléfono. Por eso, sugiere que se deberían crear fábricas para que los presos puedan fabricar sus propios zapatos e implementos, incluso en el agro. 

Hay panaderías en las cárceles, pero solo pueden trabajar dos o cinco personas cuando solo en un pabellón están 500 internos. Los huertos en las cárceles son pequeños y allí solo trabajan las personas de la tercera edad. “Si la persona tiene la mente ocupada no va a pensar twonterías”.

En lugar de contratar empresas de limpieza, deberían incorporar a estos trabajos los presos, es otra propuesta que hace.

Fuente: www.planv.com.ec