(O) OPINIÓN "Verborrea" Por: Alberto Salvador

(O) OPINIÓN  "Verborrea" Por: Alberto Salvador

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define esta extraña palabra como “verbosidad excesiva”. Esta tendencia a emplear excesivas palabras para decir una cosa, se acentúa de manera generalizada en tiempos de campaña como el que vivimos nuevamente ahora. 

Este fenómeno, sumado al altísimo número de aspirantes al sacrificio en la función pública, ocasiona una avalancha de discursos interminables, inentendibles y engañosos, consciente o inconscientemente por parte de los aspirantes a autoridad. Mientras que del lado opuesto, la ciudadanía debe soportar esta invasión a su tranquilidad, resignándose a esperar que pronto concluya la tortura.

La justificación para este ejercicio de verbosidad, está en la elección “democrática” que debemos hacer un día determinado, expresando nuestra voluntad de manera secreta en las urnas, para lo cual nos asiste el Derecho de conocer las propuestas de los candidatos. 

Tratándose de un ejercicio político, los candidatos deberían exponer la ideología que está detrás de su organización, pero lamentablemente ha pasado de moda este detalle y las organizaciones han decidido prescindir de este incómodo compromiso. 

El siguiente tema que es de preferencia de la clase política, es diagnosticar los problemas que aquejan al conglomerado electoral, recogiendo todas las carencias, angustias, insatisfacciones y aspiraciones del pueblo, concluyendo en señalar culpables, que siempre estarán en sus contrincantes.

El martirio de escuchar las interminables alocuciones de los improvisados candidatos, no conduce a nada constructivo. Si acaso el diagnóstico sería formulado con coherencia, basado en datos y realidades objetivas, bien podría aportar para el mejor entendimiento de la realidad por parte del ciudadano. Más, la tergiversación intencional que se hace de esta, para agravar las cosas en perjuicio del opositor, las convierte en mentiras sobre las cuales propondrá soluciones irreales, pretendiendo convencernos sobre su ilimitada capacidad de resolver esa triste realidad con un chasquido de dedos. 

Todo esto, con un lenguaje florido, con palabras rebuscadas que el mismo no las comprende, gesticulando como títere caribeño, elevando el tono de voz como si arriara ganado, para ejecutar el guion de sanador de pueblos que le han vendido sus asesores de imagen.

La clase política ha previsto, cuidando sus intereses, mantenernos permanentemente en campaña, es decir en la disputa del poder, lo cual es muy alejado de los intereses del electorado. 

La discusión de los grandes temas que angustian a la mayoría del pueblo ecuatoriano, se discuten en grupúsculos de audaces individuos que bajo la sombra de la partidocracia intercambian favores para acomodar sus propios intereses, que casi siempre serán contrarios a los de sus mandantes. 

Las reglas del juego “democrático” son hechas para mantener el control político en sus círculos de poder, marginando al ciudadano de toda decisión, castrando sus facultades de fiscalizador, mandante y dueño de esta pseudo democracia.

La pregunta del millón sería ¿Que hay detrás de tanta verborrea? Los salvadores de la Patria pretenden convertir este ejercicio democrático en un concurso de oratoria, desinformando intencionalmente para prometer pócimas milagrosas que solo ellos conocen. La capacidad de mutilar la realidad es ilimitada.  

Aún mayor es la capacidad inventiva de ofrecer soluciones que no funcionan ni en el papel, adornada con una exuberante palabrería que por muy extendida que sea, no dice nada concreto.

Los discursos improvisados dan vueltas y vueltas de manera abstracta a los problemas, sin fundamentarlos en datos objetivos y creíbles, para aterrizar en propuestas que tampoco puntualizan planteamientos bien sustentados y realizables. Los opositores se convierten en activos cómplices de los embusteros, pues responden las acusaciones de responsabilidad de los problemas denunciados con acusaciones más graves, y promesas de solución aún más demagógicas. Es un burdo concurso de verborrea.

¡NO COMAMOS CUENTOS!